Escrito por: Hecmilio Galván(triunfaremos@gmail.com )

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Siempre pensé que se trataba de un traje a la medida, de un pedido a sastre para la permanencia, para la reelección de un sistema injusto y corrompido.


Con el tiempo descubrí que no llegaría a tanto, la caterva de buitres y la jauría de lobos hambrientos a los que se la encomendaron hacer, no darían para tanto.


El traje a penas llegó a tapa-rabo, a gurrupela, quizás a trapo sucio o harapo, a la medida de una clase política con sarna que se va devorando así misma.


Es que a su autor, su progenitor, no le bastó siquiera la inspiración de su propia maldad, y le quedó tan grande la obra, que tuvo que compartirla con su homónimo del otro lado.


Pero como al doctor Frankenstein, el engendro les provocará un daño irreversible.


Ya no habrá suficientes máscaras, porque, si algo bueno ha quedado de todo este circo de maletines y cipayos, es un solo partido de borregos y ratones.


No voy hablar del artículo 30, ni de la nacionalidad, ni de las playas, ni de los recursos de inconstitucionalidad, ni de los derechos colectivos, ni de las cosas que faltan por venir. No voy hablar de pactos de aposentos o cabañas.


Ni de la sociedad dormida, que pese a todo, sigue agitando sus pañuelos a las fieras.


No hace falta.


La tragedia cosechada fue el resultado previsible de mezclar mentiras con dinero, con narcotráfico, con tráfico de chinos, con barrilitos, con nepotismo, con robo de parques nacionales, crisostomadas, brutalidad, exoneraciones de Bentley continentales, información veraz y nóminas en un festival para reírse o llorar “a sigún se vea”.


Sencillo, las cacatúas y auras no podían parir golondrinas.


No voy hablar de dolores, ni de vergüenzas, suficiente hay con lo que hacen ellos.


Quiero mejor hablar de poesía, de Camus y Pedro Mir. Quiero hablar de la soledad de los claveles, de los dientes que se tiran al techo, de las hermosas cabelleras de las santiagueras. Quisiera hablar aquí del Yaque del Norte con sus piedras, de la Laguna de Oviedo con sus flamencos rosados. Quisiera hablar de los maqueyes, de los petigeres, de los tirapos.


Quisiera, en vez de ver como los destruyen, hablar de los ríos y las lomas. De los pajones, de los puercos cimarrones y del tabaco rubio.


No quiero seguir hablando de los buitres, quiero comenzar a cazarlos. A espantarlos de la límpida pradera de la patria, sacarlos definitivamente para que sean sólo un mal recuerdo.


Ese es el futuro, el compromiso que tenemos con sacar a los buitres y las hienas del Congreso, de los Ayuntamientos, del Palacio Nacional, de la Suprema y las demás Cortes, de la Policía y las Fuerzas Armadas, de los Conventos e iglesias, de las fábricas y las haciendas, y por último, sacarlos poco a poco de nosotros mismos.


¿Quién va tomar la primera escopeta en la mano?