Un cirujano en Broadway
Un cirujano en Broadway
Érase una vez un país en que todo es posible. Los políticos, los militares, los empresarios, los religiosos, todos siguen sus malos guiones de mentiras y saqueo, mientras que el pueblo espectador tiene al parecer el triste papel de oír, creer y olvidar.
Ni en Villa Vázquez, ni en Buen Hombre, ni en Nagua, ni en la Capital, siquiera, se creen “la Novela Baldera”.
Nadie en el pequeño y áspero paraje de Sabana de la Cruz quiso recibir el dinero sucio de sangre. Don Lino Vásquez, alcalde pedáneo, se deshizo devolviendo los cinco mil pesos que le dio un coronel para que no dijera que entregó vivo a uno de los supuestos secuestradores, ya que a sus 75 años de edad, no quiere manchar su conciencia límpida y transparente. La dignidad del campesino dominicano no tiene precio.
No encaja nada. Ni la versión policial, ni la versión de la familia. Son pocos en el mundo los que se han fugado tan sanos y tan salvos de tan temible y largo secuestro; Tan limpiecitos, tan recortaditos, sin señas ningunas, tan sanos espiritualmente; sería un caso excepcional, digno de un libro de ficción. ¿Dónde por fin está la famosa cabaña donde estuvo Baldera? ¿Es que la van a construir ahora?
Todo el mundo en Copey, en Sabana Cruz, en Los Conucos, vio vivo a William de Jesús Batista y a Cecilio Díaz, los entregaron vivos y caminando, pacíficos y entregados, uno a la Marina y otro a la misma Policía. Pero eso estaba fuera del guión.
Al otro día, ambos aparecen muertos en uno de esos inverosímiles intercambios de los que el Cirujano nos tiene acostumbrado.
Todo parece un fusilamiento. Un fusilamiento extraño como para encubrir algo, para limpiar los rastros, para no dejar ningún testigo.
Guzmán Fermín, el protagonista de la obra, se dirigió raudo y veloz en helicóptero al Cabral y Báez, a ver un paciente que nunca estuvo interno, ni curado en este hospital. Ofreció un discurso patriótico y patético, un ascenso para un policía que supuestamente había participado en el intercambio de disparos y que sólo recibió un rasguño en el brazo derecho pero ni siquiera sabía donde era el disparo. ¿Qué raro no?
Desde antes y poco después, vincularon a los partidos de izquierda. Echaron lodo sobre partidos y personas, tendieron una cortina de humo, como para confundir más a la gente.
Pero la novela Baldera se parece cada vez más al Cartel de Los Sapos, y nadie sabe identificar a los buenos o a los malos.
¿Dónde está Juan Almonte, implicado supuestamente en el secuestro? ¿Es acaso uno de los dos extrañamente calcinados en Yamasá? ¿Por qué lo mataron? ¿Qué querían evitar que dijera?
¿Qué hay detrás del caso Baldera? ¿Qué busca el Jefe de la Policía en las triunfantes caravanas por las calles de Nagua, en las ruedas de prensa, en la Iglesia, en la casa de los Baldera a cada rato? ¿Dónde estaba el ministerio público? ¿Acaso tenemos un nuevo megadivo?
¿Qué hay detrás de su protagonismo? ¿Qué es lo que quieren esconder?
¿Qué hacen los Baldera vestiditos impecablemente de blanco, como si hubieran escrito su propio guión?
Todo parece una obra mala, pero bien montada. Se parece al show de la Asamblea Nacional, nada es creíble, ni confiable. No hay evidencias de intercambio, ni de motivos de secuestro, ni testigos, ni de la famosa choza, ni de la temible travesía del sonriente jovencito.
En cualquier país del mundo, que no fuera un “paisaje”, hace tiempo estuviera el reperpero, la destitución de Guzmán Fermín saliendo del tintero y su sometimiento a la acción de la justicia, investigado por sus extrañas vinculaciones en este fantástico montaje.
¿Cuál será el desenlace de esta mala novela, más parecida a las colombianas que a las nuestras?
Si esto se permite ahora, ¿Qué carajo podemos esperar después?
Esta historia continuará…
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