Memorias de una dama
Creo que fue en Lima donde aprendí la ferocidad de la discriminación de clases, algo que aquí se diluye entre tragos y aparente camaradería, entre “el jefe”, o los jefes, y sus empleados, que en el caso de Santo Domingo es todo el país.
Había sido invitada por la oficina de Unicef en Lima para evaluar un proyecto de mujer y desarrollo. La ciudad me pareció polvorienta (no llueve nunca) y el Pacífico, mar sin palmeras, una llanura gris, falsamente calma. Cuando visité los “pueblos jóvenes”, eufemismo que describe los barrios marginados, noté que las casuchas estaban construidas de paja, incluyendo el techo, y alarmada pregunté que pasaba cuando llovía. Me dijeron que nunca llueve, una preocupación menos.
En Lima me invitó a hospedarme en su casa mi amiga Magda, una aristócrata argentina en cuya hacienda se le dio refugio al Che cuando se le agravó el asma. Para los que han visto Diarios de Motocicleta, la muchacha oligarca de que se enamora el Che es la prima de Magda, y la familia que a él lo rechaza, su familia.
Magda se encontraba entonces trabajando como segunda a cargo de la oficina del PNUD y había alquilado toda la primera planta de un edificio en pleno San Isidro, el barrio de los pitucos peruanos. Fue curioso para mí notar que los inquilinos del edificio no respondían mis saludos y cuando le pregunté a Magda si tenía algún problema con ellos, me dijo: “ellos dicen que si trabajo debo pertenecer a la clase media”.
Estos recuerdos me asaltaron cuando leí la novela de Santiago Roncagliolo (edición Alfaguara 2009) sobre una aristócrata dominicana, y no pude evitar preguntarme por qué han tenido que ser dos peruanos, profundamente conocedores de la aristocracia de su país, quienes escribieran las mejores novelas sobre la aristocracia dominicana. Concluí que quizás es porque no tienen nada que perder, porque no pueden silenciarles.
Lo que cuenta Roncagliolo sobre “Diana Minetti” no me sorprendió, porque ella pudo ser la protagonista principal de mi obra Wishky Sour. Lo que sí me sorprendió fue descubrir que son cuatro las familias que dominan el país desde siempre, y como se casan entre sí para preservar sus fortunas. Y lo que sí me conmovió fue el mercenarismo de esa clase para la cual no existen madres ni abuelas, solo el capital. Pensé, ¡diablos! Si son así con sus propias familias como serán con sus empleados, sean estas las “beauticians” de un Spa, o proletario/as de Zona Franca!
Por eso recomiendo que todo el mundo lea esta novela, uno de los mejores retratos de la oligarquía dominicana, para lo cual tendrán que mandarla a buscar a España, porque aquí esta prohibida, advirtiendo a quien pueda interesar que éstas son mis memorias, para que no me toque, como al autor Roncagliolo, alguien a la puerta.
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